Conozco tu miseria; los combates y tribulaciones de tu alma; la debilidad y las enfermedades de tu cuerpo; conozco tu negligencia, tus pecados, tus abandonos.
Pero, a pesar de todo esto, te digo: “Dame tu corazón, ámame tal cual eres”.
Si esperas a ser un ángel para entregarte al amor, no me amarás jamás. Incluso si recaes en esas faltas que no quisiste haber conocido nunca, incluso si eres negligente en la práctica de la virtud, no te permito que no me ames. Ámame tal cual eres.
En cada instante y en cualquier situación en la que te encuentres, en la consolación o en la desolación, en el fervor o en la sequedad, en la fidelidad o en la infidelidad. Ámame tal como eres. Lo que quiero es el amor de tu corazón indigente. Si para amarme esperas a ser perfecto, no me amarás jamás… Déjate amar.
Quiero tu corazón. Por supuesto que tengo previsto transformarte, pero, mientras tanto te amo tal como eres. Y quisiera que tú hicieras lo mismo. Me gustaría ver cómo, desde el fondo de tu miseria, brota el amor. Amo en ti incluso tu debilidad yo amo el poder de los pobres.
Quisiera que, desde la indigencia, se elevara continuamente este grito: ¡Señor, te amo!. Es el canto de tu corazón lo que me importa. ¿Acaso tengo yo necesidad de tu ciencia y tus talentos?. No son virtudes lo que te pido, y si te las diera, eres tan débil, que tu amor propio enseguida se las atribuiría.
No te preocupes de eso. Sólo trata de llenar el momento presente con tu amor. Hoy, como un mendigo, llamo a la puerta de tu corazón, yo, el señor de los señores. Llamo y espero. Ábreme en seguida; no alegues tu miseria. Si tú no conocieses verdaderamente tu indigencia, morirías de dolor. Lo único que me hiere el corazón es el verte dudar y falto de confianza. Quisiera que pensases en Mi cada instante del día y de la noche.
No quisiera que hicieras ningún acto, por insignificante que sea, por otro motivo que no sea el Amor. Cuando tengas que sufrir, yo te daré la fuerza. Tú me has dado el amor; yo te daré la capacidad de amar por encima de lo que jamás hayas soñado. Pero, acuérdate; “Ámame tal como eres”. No esperes a ser un santo para entregarte al Amor; si no, no me amarás jamás. Amen.
(Beato Carlos de Foucauld)