Oh dulcísimo Jesús, que,
escondido bajo el velo de las especies eucarísticas,
escuchas piadoso nuestras súplicas humildes,
para presentarlas ante el trono del Altísimo;
acoge ahora benignamente
los ardientes anhelos de nuestros corazones.
Ilumina nuestra inteligencia,
sostén nuestra voluntad,
da vigor nuevo a nuestra constancia
y enciende en nuestros corazones
la llama de un santo entusiasmo,
para que, superando nuestra pequeñez
y venciendo toda dificultad,
sepamos rendirte un homenaje
menos indigno de tu grandeza y tu
majestad,
más adecuado a nuestras necesidades
y a nuestros santos deseos.
Amén.
(Pío XII)