A ti nos dirigimos, Madre de la Iglesia, a ti que con tu si a Dios abriste la puerta a la presencia de Cristo en el mundo, en la historia y en los hombres, acogiendo, con humilde silencio y total disponibilidad, la llamada del Altísimo.
Extiende tu amor de madre sobre los misioneros esparcidos por el mundo entero.
Sobre los religiosos y religiosas que asisten a los ancianos, enfermos, impedidos y huérfanos.
Sobre aquellos que en la clausura viven de fe y amor, y oran por la salvación del mundo.
Amén.
(San Juan Pablo II)