Oremos al Señor Jesús, que transformará
nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo, y digámosle:
Tú, Señor, eres nuestra vida y nuestra
resurrección.
¡Oh Cristo, Hijo de Dios vivo, que
resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro!, lleva a una resurrección
de vida a los difuntos que rescataste con tu sangre preciosa.
¡Oh Cristo, consolador de afligidos, que
ante el dolor de los que lloraban la muerte de Lázaro, del joven de Naín y de
la hija de Jairo, acudiste compasivo a enjugar sus lágrimas!, consuela también
ahora a los que lloran la muerte de sus seres queridos.
¡Oh Cristo, Salvador!, destruye en nuestro
cuerpo mortal el dominio del pecado por el que merecimos la muerte, para que
obtengamos en ti la vida eterna.
¡Oh Cristo, Redentor!, mira a los que, por
no conocerte, viven sin esperanza, para que crean también ellos en la
resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro.
Tú, que al dar la vista al ciego de
nacimiento hiciste que pudiera mirarte, descubre tu rostro a los difuntos que
todavía carecen de tu resplandor.
¡Oh Cristo, siempre vivo para interceder
por nosotros y por todos los hombres!, enséñanos a ofrecer el sacrificio de la
alabanza por los difuntos para que sean absueltos de sus pecados.
Tú, Señor, que permites que nuestra morada
corpórea sea destruida, concédenos una morada eterna en los cielos.
Padre
nuestro...
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