En mil dulces imágenes te veo, María, en tu expresión
de tierna calma, pero ninguna acierta a reflejarte como te ven los ojos de mi
alma.
Yo sólo sé que el ruido de este mundo como un sueño de
antaño desvaneces, y que un cielo inefablemente dulce a mis amargas lágrimas
ofreces.
Frederick Hardenberg, poeta
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