Hoy que sé que mi vida es un desierto en el que nunca nacerá una flor, vengo a pedirte, Cristo jardinero, por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea en mi vida más fuerte que el amor, pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos mis ansias de seguir siempre tu voz, pon, Señor, una fuente de esperanza en el desierto de mi corazón.
Para que nunca busque recompensa al dar mi mano o al pedir perdón, pon, Señor, una fuente de amor puro en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te busco y no sea egoísta mi oración, pon tu Cuerpo, Señor, y tu palabra en el desierto de mi corazón.
Amén.
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