Como los dos discípulos del Evangelio,
te imploramos, Señor: –quédate con
nosotros!
Tú, divino Caminante,
experto en nuestros senderos
y conocedor de nuestro corazón,
no nos dejes prisioneros
en las sombras de la tarde.
Sostennos en el cansancio,
perdona nuestros pecados,
orienta nuestros pasos por la vía del
bien.
En la Eucaristía te has hecho
“medicina de inmortalidad”:
danos el gusto de una vida plena,
que nos haga caminar sobre esta tierra
como peregrinos confiados y gozosos,
mirando siempre la meta
de la vida que no tiene fin.
Amén.
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