sábado, 14 de enero de 2012

La belleza del saludo

Cuenta una historia que un Judío trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega.

Un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. 

Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta. 

Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. 

De repente se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató. 

Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debía, que se le ocurriera abrir esa puerta si no era parte de su rutina de trabajo.

Él explicó: “llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda por la mañana y se despide de mi por las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible.
     
Hoy me dijo “hola” a la entrada, pero nunca escuché - “hasta mañana” -.

Yo espero por ese hola,  buenos días,  y ese chau o hasta mañana - cada día.

Sabiendo que todavía no se había despedido de mi, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré”.

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