Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas
con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te
agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la
estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen
violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de
tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea
del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el
abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias,
en las dudas, piensa en María, invoca a María.
No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu
corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos
de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no
te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te
protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás
felizmente al puerto si Ella te ampara.
(San Bernardo.
Hom. Sobre la Virgen Madre,2)
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