domingo, 21 de febrero de 2016

Oración antes de la comunión





Omnipotente y eterno Dios: llego al sacramento de tu Hijo unigénito, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de la misericordia, como ciego a la luz de la eterna claridad, como pobre al Señor de cielos y tierra, como desvalido al Rey de la gloria.

Por eso, Señor, ruego a tu infinita bondad y misericordia, que tengas a bien sanar mi enfermedad, limpiar mis manchas, alumbrar mi ceguera, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez.

Así podré recibir al Rey de los Ángeles y Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y ternura, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención, cual conviene a la salud de mi alma.

Concédeme, te ruego, recibir no sólo el Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también la gracia y virtud de este Sacramento.

Concédeme, Dios mío benignísimo, recibir de tal manera el Cuerpo que tu Hijo unigénito tomó de la Virgen María, que merezca ser incorporado a su Cuerpo Místico y contado entre sus miembros.

Concédeme, Padre amantísimo, que logre yo contemplar un día cara a cara, por toda la eternidad, a este tu amadísimo Hijo, a quien ahora, en mi vida mortal, me propongo recibir encubierto bajo el velo del Sacramento.

Te lo pido en nombre de tu Hijo Jesucristo, el cual vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.

(Santo Tomás de Aquino)

viernes, 12 de febrero de 2016

Los tres árboles





En la cima de una montaña tres árboles se erguían y tejían sueños en torno a lo que aspiraban a ser cuando crecieran.

El primero alzó la vista hacía las estrellas y dijo: “deseo contener tesoros. Quiero cubrirme de oro y llenarme de piedras preciosas. ¡Seré el cofre más hermoso del mundo!”.

El segundo se fijó en un pequeño arroyo que descendía hacía el mar “ansío navegar por vastos océanos y transportar a reyes poderosos ¡Seré el barco más resistente del mundo!”.

El tercer árbol observó el valle que había al pie de la montaña, donde hombres y mujeres trabajaban afanosamente en un pueblo. “Yo no deseo abandonar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente se detenga a mirarme, alce los ojos al cielo y piense en Dios. Seré el árbol más alto del mundo”.

Un día tres leñadores subieron hasta la cima.
El primero de ellos observó el primer árbol y dijo: “¡Qué árbol tan magnifico!. Me resultará perfecto. Y esgrimiendo su reluciente hacha, lo derribó”.

El segundo leñador miró el segundo árbol y exclamó: “Este árbol es fuerte. Justamente lo que necesito. Con los golpes de su hacha, cayó el segundo árbol al suelo”.
El tercer árbol se sintió desfallecer cuando el tercer leñador miró en dirección a él. Se erguía alto y derecho, y apuntaba valientemente hacia el cielo. Sin embargo, el leñador ni se molestó en levantar la vista. “Cualquier árbol me servirá”, musitó. Y a fuerza de hachazos, tumbó el tercer árbol.

El carpintero convirtió al primer árbol en un comedero para animales. Aquel árbol que había ostentado gran belleza no se veía cubierto de oro ni contenía tesoro alguno. Estaba salpicado de aserrín y lleno de paja para dar de comer a animales hambrientos.

El segundo árbol fue aserrado y ensamblado como una simple barca pesquera. Era demasiado pequeño y frágil para navegar en alta mar o incluso en un río. Lo llevaron más bien a un lago.

El tercer árbol se sumió en el desconcierto cuando el leñador lo cortó en fuertes vigas y lo abandonó en el aserradero. “¿Qué pasó?, se preguntó el árbol que antes se había erguido tan alto”, todo lo que quería era permanecer en aquella cima y apuntar hacia Dios,…

Una noche, las estrellas vertieron su luz sobre el primer árbol cuando una joven acostó a su recién nacido en el pesebre. “Me gustaría construirle una cuna”, susurró su esposa. Con una sonrisa, la joven madre le estrechó la mano mientras la luz de la luna iluminaba la suave pero firme madera. “El comedero es hermoso”, dijo ella. De pronto el primer árbol comprendió que contenía el tesoro más valioso que pudiera haber.

Una tarde, un viajero cansado y sus amigos abordaron el viejo bote de pesca. El viajero se quedó dormido mientras el segundo árbol se adentraba en el lago. Al poco tiempo se desató una tormenta. El árbol se estremeció. Sabía que no tenía las fuerzas para llevar a tantos pasajeros en medio de aquella tempestad. El fatigado viajero se despertó. Extendió la mano y dijo: “Haya paz. Y la tormenta cesó con la misma celeridad con que se había levantado”. De repente el segundo árbol entendió que llevaba a bordo al Rey del Cielo y de la tierra.

Un viernes por la mañana, el tercer árbol se vio sobresaltado cuando alguien arrancó sus vigas del montón de leña olvidado. Arrastrado a través de una multitud que abucheaba, se estremeció de miedo. Tembló cuando unos soldados le clavaron las manos de un hombre. Se sentía despreciable, duro y cruel. Pero tres días después, el tercer árbol supo que Dios lo había transformado por completo. Y cada vez que las personas pensaban en él, se acordaban de Dios. Eso era infinitamente mejor que ser el árbol más alto del mundo.