miércoles, 28 de diciembre de 2016

Adoración al niño Jesús



Os adoro, amable Niño del pesebre,
el más humilde y el más grande de los hijos de los hombres,
y el más pobre y el más rico,
el más débil y el más poderoso.

Os bendigo, porque os habéis dignado descender hasta mí,
para ser mi modelo en la práctica de todas las virtudes,
mi guía en las dificultades de la vida
y mí, consuelo en los días de aflicción.

Os amo, porque venís a mí con amor infinito;
con amor generoso, al que no cansan mis ingratitudes;
con amor obsequioso,
que se anticipa a los tardíos impulsos de mi corazón;
con amor paciente,
que espera mi conversión para amarme más tiernamente aún.

Por eso, con el corazón lleno de agradecimiento,
de rodillas al pie de este lecho de paja,
os adoro, bendigo y amo,
con todo el fervor de mi alma,
y me atrevo a levantar mis ojos hasta mi Dios,
que se digna mirarme.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Sermón en la Navidad del Señor



Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor. Ellos ven en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo intenso?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al Sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio; porque tu precio es la sangre de Cristo.

Sermón de San León Magno, Papa

domingo, 11 de diciembre de 2016

No me desampare tu amparo



No me desampare tu amparo,
no me falte tu piedad,
no me olvide tu memoria.

Si tú, Señora, me dejas, ¿Quién me sostendrá?.
Si tú me olvidas, ¿Quién se acordará de mí?.

Si tú, que eres estrella de la mar y guía de los errados,
no me alumbras, ¿Dónde iré a parar?.

No me dejes tentar del enemigo,
y si me tentaré, no me dejes caer,
y si cayere, ayúdame a levantar.

¿Quién te llamo, Señora, que no le oyeses?
¿Quién te pidió, que no le otorgases?

jueves, 8 de diciembre de 2016

Virgen y Madre



Oh Virgen santísima,
Madre de Dios,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
míranos clemente en esta hora.

Virgo fidelis, Virgen fiel,
ruega por nosotros.

Enséñanos a creer como has creído tu.
Haz que nuestra fe
en Dios, en Cristo, en la Iglesia,
sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.

Mater amabilis, Madre digna de amor.
Mater pulchrae dilectionis, Madre del amor hermoso,
¡ruega por nosotros!

Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos
como les amaste tú;
haz que nuestro amor a los demás
sea siempre paciente, benigno, respetuoso.

Causa nostrae laetitiae, causa de nuestra alegría,
¡ruega por nosotros!

Enséñanos a saber captar, en la fe,
la paradoja de la alegría cristiana,
que nace y florece en el dolor,
en la renuncia,
en la unión con tu Hijo crucificado:

¡Haz que nuestra alegría
sea siempre auténtica y plena
para podérsela comunicar a todos!

Amén.

Juan Pablo II