Señor y Padre nuestro, dueño
de la historia y de la eternidad.
Tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Termina el Año de la Fe:
Este año que se clausura ha sido esa puerta abierta por la que hemos entrado a
la luz y a la amistad, a la alegría, a la libertad, y a la confianza.
¡Cuánto necesitamos recuperar la puerta abierta en la vida¡
Concédenos, Padre nuestro, ser puertas abiertas por donde entren y salgan
nuestros hermanos los hombres.
Las puertas cerradas nos dañan, nos anquilosan, nos separan y nos dividen.
Pasar esta puerta de la fe ha sido como un renacimiento en el que hemos descubierto,
unidos no solo a Jesucristo, sino también a todos aquellos que han caminado y
caminan por el mismo camino, nuestro nuevo nacimiento, que comienza con el Bautismo,
y continúa en el curso de la vida.
Este año ha sido una invitación a cruzar el umbral de la fe a dar un paso de
decisión interna y libre, a animarnos a entrar a una nueva vida.
Pasar esta puerta de la fe ha supuesto emprender un camino que dura toda la
vida.
Mientras, avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas
de ellas puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva
pero mentirosa a tomar un camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista
y con fecha de vencimiento; puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera que sea la opción que sigamos, provocarán
a corto o largo plazo angustia y
desconcierto, puertas autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin
garantía de futuro.
Pasar esta puerta ha supuesto realizar nuestras tareas vividas con dignidad y
vocación de servicio, con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar
sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el
camino
hacia el Reino, plenitud de vida.
Pasar esta puerta ha supuesto no sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los imposibles,
puede vivir la esperanza:
lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Vivir este año que
termina es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada.
Pasar esta puerta de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente
en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es
acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el
derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor.
Cruzar el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente acostumbrado, capaz de reconocer
que cada vez que una mujer da a luz se sigue apostando a la vida y al futuro, que
cuando cuidamos la inocencia de los niños garantizamos la verdad de un mañana y
cuando mimamos la vida entregada de un anciano hacemos un acto de justicia y
acariciamos nuestras raíces.
Pasar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras
actitudes,
los modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o
barnizar, dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por
su mano y su Evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad
y por la Iglesia.
Pasar el umbral del año de la
fe ahora nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, a acercarnos a todo
aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar
las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la
certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo
Jesús lo estamos haciendo.
Danos, Padre nuestro, la fe que necesitamos.
No podemos construir nuestra fe personal en un diálogo privado contigo, porque
la fe nos ha sido dada por ti, Padre, a través de una comunidad de creyentes
que es la Iglesia, y por lo tanto, nos inserta en la multitud de creyentes, en
una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en tu amor
eterno
que en sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es
Amor trinitario.
Nuestra fe es verdaderamente personal, pero solo si es a la vez comunitaria
puede ser “mi fe”; solo si vive y se mueve en el “nosotros” de la Iglesia, solo
será nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia.
Señor y Padre nuestro: Cruzar el umbral de la puerta fe es vivir en el espíritu
del Concilio Vaticano II y en una Iglesia de puertas abiertas no sólo para
recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de Evangelio nuestras calles y
la vida de los hombres de nuestros tiempo.
Termina el Año de la Fe,
pero tu Señor no nos dejas huérfanos, sino que sigues viniendo a nuestra
comunidad y a nuestra historia de cada día.
¡Danos tu Santo Espíritu para
no dejarte pasar de largo y recibirte con entera confianza, auténtico amor y
esperanza cierta!
Aumenta nuestra Fe para
contemplar con ojos limpios, mirada lúcida y obediencia a la realidad los
grandes y crecientes conflictos existentes en la historia de los hombres!
Que te veamos presente en la
historia de los hermanos que están en la cuneta del camino, en los desheredados
de la tierra, en los que soportan impotentes las injusticias estructurales, en
los que languidecen por causa de las hambrunas y pandemias.
Que experimentemos confiados que sigues viniendo una vez más a tu Iglesia,
cuando anunciamos la
Buena Noticia del Reino, cuando transmitimos la Fe con la fuerza del testimonio
y la verdad de tu Palabra.
¡Daños tu Espíritu de alegría, para evangelizar con la misma ilusión
de los grandes misioneros del Evangelio! ¡Ven Señor Jesús, aumenta nuestra
pobre y necesitada Fe! ¡Danos, como a la higuera, un año más para que
fructifiquemos!
Si no damos frutos, arráncanos y tiranos. ¡Ven Señor Jesús, aumenta nuestra Fe
en los tiempos complejos que estamos viviendo que obremos siempre con la misma
caridad pastoral que Tú tuviste, y que no seamos cobardes
para defender los valores evangélicos sin temer a nada ni a nadie.
¡Danos tu Espíritu y auméntanos nuestra pequeña fe para testificar con parresía
la comunión con todos los hombres!
Que tu advenimiento en este nuevo tiempo de gracia y conversión te acojamos con
verdaderas obras de amor!
Acaba el Año de la Fe:
Comienza la tarea de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave
misionera.
Cruzar el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del
Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva
Amén.
(Valencia 24 de noviembre de 2013)